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La infancia del terrorismo

Por Bernard Giossi

Versión en francés del articulo


Resumen: Frente a la insensatez de los actos terroristas, a muchos les desconcierta que unos seres humanos puedan cometer crímenes tan horrendos. Pero pocos se preguntan cómo han llegado hasta ahí, cómo y hasta qué punto pudieron perder la dignidad humana, el respeto por su vida y, por ende, la de los demás.

 

Un niño a quien sus padres no cesan de repetirle que su vida no sirve para nada ni tiene ningún valor, y que vive a diario esa negación con palos, vejaciones y ofensas, asume profundamente el miedo que sus padres tienen de sus proprias vidas. En Estados Unidos, una madre cristiana fundamentalista ahogó hace poco a sus hijos en la bañera para &endash;explicó- «salvar su alma». Un padre creacionista remata con estas palabras una carta en la que advierte a su hija estudiante acerca del riesgo de exponerse a las teorías de Darwin : «Más te valiera estar muerta que perder la Fe». Una chica ya adulta se rebela contra las violencias que su padre le infligió cuando era niña : «Debí darte una paliza de muerte cuando todavía eras niña y tenías una oportunidad de entrar en el reino de Dios».

 

Éxtasis suicida

La desvalorización sistemática de la vida del niño por parte de sus padres le produce tal inseguridad que queda a merced de la manipulación de los poderes religiosos, militares o políticos que oprimen a la sociedad. En Muslim Woman Magazine, un programa ampliamente difundido por Arab Radio and Television Network (ART) y dedicado a la enseñanza del Corán, la señora Doaa'Amer presenta como modelo de musulmana a une niña de tres años y medio llamada Basmalah. Se pide a la cría que repita la lección que se sabe de memoria : que no le gustan los judíos, que son unos monos y unos cerdos porque Dios lo dice en el Corán. A un adolescente norteamericano de 17 años lo han metido sus padres en la Missouri's Mountain Park Boarding Academy, una escuela cristiana bautista fundamentalista como, según ellos, «alternativa educativa a la vida fácil y disoluta de las ciudades». Allí lo privan, con el beneplácito de sus padres, de sueño y de higiene, y lo someten a humillaciones, amenazas, chantajes,violencias físicas y a un total aislamiento.

En 1996, en esa misma «escuela», otro adolescente fue asesinado por dos correligionarios suyos. Hasta la fecha no ha sido clausurada. El 25 de abril de 2002, ART entrevistó al profesor Abdel Sadeq, rector de la Facultad de psiquiatría de la universidad Ein Shams del Cairo. Éste explicó, no cabiendo en sí de gozo, que «la civilización occidental no tiene una concepción similar del sacrificio proprio y del honor». Por tanto, los americanos «no comprenden la experiencia suicida del hombre bomba, ese sumo del éxtasis y la felicidad que se inicia con la cuenta atrás y culmina cuando se aprieta el botón». Todo ello con gran sonrisa.

 

El autosacrificio

Hace poco la cadena Arte dedicó un programa especial a los kamikazes, esos seres que otros usan (y que se usan a sí mismos) como instrumentos de muerte. Un joven iraní que cuando la guerra entre Irán e Irak debía de tener 20 años recuerda que «para limpiar un campo de minas prestándose voluntariamente a saltar por los aires se necesitaba a mil voluntarios». Seleccionaron a mil entre tres mil jóvenes voluntarios para una carrera a pie. A él no le tocó... Para que sus mayores los puedan tratar de ese modo es necesario que la fuerza vital de esos seres haya sido completamente extraviada y luego encauzada hacia el odio y la vergüenza de sí mismos.

Según un comentarista, los kamikazes «proceden de todas las clases sociales, y sólo su edad, alrededor de los veinte años, parece ser el detonante común de su compromiso». Este discurso nos revela lo que los adultos proyectan sobre la juventud, o sea, que es incontrolable y peligrosa. De hecho, todos estos jóvenes tienen en común una absoluta carencia de porvenir, una drástica reducción de su potencial de vida, debido a las monstruosas exigencias educativas de los adultos y a la violencia de la represión que han padecido. A fuerza de manipulación e instrumentalización, el ser se identifica totalmente con este terror a la vida de sus padres, que ya no puede sino encarnar el terror y la muerte para que por fin se le reconozca.

Otra explicación sugiere que los atentados suicidas conforman un arma adaptada a un mundo apocalíptico, y que esas formas de agresión conllevan la tentación de morir con una virulencia que se asemeje a la del agresor. Así ocurre, con la savedad de que el auténtico agresor es el pariente inconsciente de las consecuencias de sus actos. En cuanto al enemigo, es el soporte con el que se va a jugar de una tacada la enormidad de la violencia vivida durante la infancia, cuando esa possibilidad se ofrese desde el poder.

En ese programa de Arte, un anciano japonés recordaba con gran emoción el momento en que regresó a casa de su madre, tras la capitulación de Japón por la que se libró de sacrificar su vida en avión. Avergonzado y con la cabeza gacha, lo primero que dijo a su madre fue : «Lamento no haber podido salvar a mi patria». 50 años después acabará declarando : «Lo que más siento es no haber podido decir a mi madre lo feliz que me sentía de seguir vivo».

 

Amor escarnecido

La dignidad, el respeto a la vida y la vitalidad relacional son inherentes al ser humano desde su nacimiento. El niño acaba cediendo cuando sus padres y parientes están, por sus proprios sufrimientos, abocados al odio y a la violencia, y cuando su mortífera presión educativa no permite escapatoria. Para sobrevivir, renuncia a su amor escarnecido y a su vitalidad pisoteada. El terror que anida en él lo rebaja al nivel de los adultos que lo rodean y amenazan. Ese niño acaba estimando en tan poco su vida que ni siquiera siente lo que la anima y, a partir de ese momento, está listo para sacar fuera el terror que lleva dentro y para convertirse en terrorista.

Bernard Giossi

Traducción del francés : Wenceslao Carlos Lozano

© 2003 Bernard Giossi y www.regardconscient.net

© 2003 Wenceslao Carlos Lozano por la traducción en español. El fingidor, enero/abril 2003.